La Natividad de Nuestro Señor
Jesucristo.-
Natividad - Vitral en la Capilla de Los Misioneros de Guadalupe 1957
Federico Cantú 1907-1989
“José subió de Nazaret, ciudad de
Galilea, a la Ciudad de David en Judea, llamada Belén –pues pertenecía a la
Casa y familia de David–, a inscribirse con María, su esposa, que estaba
embarazada. Estando ellos allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su
hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no
habían encontrado sitio en la posada.”
(Lucas 2, 4-7. Biblia de Nuestro
Pueblo.)
El nacimiento de Cristo es uno de
los temas fundamentales de la liturgia cristiana, y como tal ha sido objeto de
representación por los artistas en innumerables ocasiones a lo largo de la
historia.
Quizá la representación más
antigua que podemos encontrar se remonta al período paleocristiano, a la imagen
de la Virgen con el niño en su regazo que podemos ver en la llamada Capilla
Griega de la catacumba de Priscila en Roma. Luego, los artistas bizantinos
desarrollaron y definieron el tema, creando una serie de tipos iconográficos
que pasarían a Occidente. Será durante el gótico cuando el tema de la Navidad
adquiera un desarrollo completo, incorporando una cantidad de detalles y
elementos anecdóticos, tomados muchos de ellos de la vida cotidiana, que
imprimirá en estas representaciones un naturalismo que no se había visto antes.
En lo esencial, los rasgos iconográficos introducidos en la Edad Media se
mantienen en los siglos posteriores, aunque las férreas directrices impuestas
por el Concilio de Trento en la cuestión de las representaciones religiosas por
los artistas, harán mella también en el tema de la Navidad, suprimiendo de las
pinturas todos aquellos elementos que no se mencionaban en las Sagradas
Escrituras aprobadas por la Iglesia, y que en su opinión podían inducir a
confusión.
Basta con hacer un repaso de las
natividades anteriores al Concilio de Trento para comprobar fácilmente, cómo
aparecen escenarios, personajes o situaciones de los que no se hace mención
alguna en el Evangelio de Lucas. No debe pensarse que eran fruto de la
imaginación de los artistas, sino todo lo contrario, estaban tomados de
aquellas otras fuentes escritas de la tradición cristiana que Trento pretende
evitar y que hasta entonces habían gozado de una gran popularidad entre los
artistas. Fundamentalmente, estas otras fuentes eran algunos de los Evangelios
Apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago (siglo IV), el Evangelio del
Pseudo Mateo (siglo VI) y el Libro de la Infancia del Salvador (siglo IX); la
Leyenda Dorada (siglo XIII) de Jacobo de la Vorágine; las Meditaciones del
Pseudo Buenaventura (siglo XIII); o las Revelaciones (siglo XIV) de Santa
Brígida de Suecia.
Para ilustrar cómo se utilizaban
indistintamente y a la vez estas fuentes, he elegido una preciosa obra maestra
del gótico flamenco, la Natividad de Robert Campin que se exhibe en el Museo de
Bellas Artes de Dijon. La obra pudo pintarse hacia el año 1425 y, aunque se
carece de certeza, se cree que pudiera proceder de algún monasterio próximo a
Dijon o quizás de la propia Cartuja de Champmol.
Entre las cosas que pueden llamar
la atención al contemplarla, está la aglomeración de personajes, que como dice
Tzvetan Todorov, más que integrarse se yuxtaponen; la tosca representación de
algunos de ellos que contrasta con la técnica exquisita del realismo empleado
en otros; o cómo el artista nos da a conocer los pensamientos de algunos
personajes a través de las filacterias o cintas con textos que llevan en sus
manos.
Para la narración de este
episodio, el pintor se ha basado en la narración recogida en uno de los
apócrifos, concretamente el Evangelio del Pseudo Mateo, que luego recoge
igualmente en su obra Jacobo de la Vorágine. En él se cuenta como José, al
darse cuenta que el parto era inminente, sale en busca de dos comadronas, pero
cuando éstas llegan el nacimiento ya ha tenido lugar. A una de ellas, llamada
Zebel (Jacobo de la Vorágine) o Zelomi (Pseudo Mateo), nos la muestra Campin de
rodillas y de espaldas a nosotros, con una filacteria en la que puede leerse
"la Virgen ha dado a luz". La otra comadrona, Salomé, situada frente
a ella le contesta incrédula en otra cinta escrita "¿Una virgen que da a
luz? Lo creeré si tengo pruebas". E inmediatamente su mano derecha, con la
que iba a tocar a María, se seca o paraliza, de ahí la angustia de su rostro.
Sin embargo, ante las súplicas de Salomé un ángel vestido de blanco próximo a
ella le dice "Toca al niño y te curarás", produciéndose el milagro.
De este modo el artista nos
resume la escena narrada por el Pseudo Mateo y que completa sería como sigue:
“Y Zelomi, habiendo entrado, dijo
a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María la comadrona dio
un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que yo nunca
he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un
niño, y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión
de sangre, y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha
parido, y virgen permanece.
Oyendo estas palabras, la otra
comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que oigo, a no
asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria: Permíteme tocarte, y
asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese
permiso, Salomé adelanté la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se secó, y
de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú
sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada en
cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he
despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo
desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
Y, hablando ella así, un joven de
gran belleza apareció a su lado, y le dijo: Aproxímate al niño, adóralo, tócalo
con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del mundo y de cuantos
esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y tocó los
lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo fuera, se puso
a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y experimentado, y
cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.”
(Evangelio Apócrifo de Pseudo
Mateo 13, 3-5.)
Otros detalles de la obra, en
cambio, están tomados de las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia. Por
ejemplo, la vela que porta en la mano un anciano San José, y que se hace
innecesaria ante la luz que desprende el propio Niño. También la descripción de
la Virgen, con largos cabellos rubios sueltos sobre la espalda y vestida con un
manto y una túnica blancos, corresponden al relato de la santa, tal como lo
expuso en el capítulo 12 de su obra.
“Estaba yo en Belén, dice la
Santa, junto al pesebre del Señor, y vi una Virgen encinta muy hermosa, vestida
con un manto blanco y una túnica delgada, que estaba ya próxima a dar a luz.
Había allí con ella un rectadísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno,
los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre aquel anciano, y
salió fuera y trajo a la Virgen una candela encendida, la fijó en la pared y se
salió fuera para no estar presente al parto.
La Virgen se descalzó, se quitó
el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que en la cabeza llevaba, y
los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los cabellos
tendidos por la espalda, hermosos como el oro. [...] y en un abrir y cerrar los
ojos dio a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto esplendor,
que no podía compararse con el sol, ni la luz aquella que había puesto el
anciano daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba completamente
el esplendor material de toda otra luz.
Al punto vi a aquel glorioso Niño
que estaba en la tierra desnudo, y muy resplandeciente, cuyas carnes estaban
limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también entonces los
cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.
Así que la Virgen conoció que
había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza, y juntando las manos
adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y le dijo: Bien venido seas, mi
Dios, mi Señor y mi Hijo. Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y con
la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y extendía los
bracitos, procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre [...]”
La tercera fuente de inspiración
de la historia que nos cuenta Campin es el propio Evangelio de Lucas, de donde
toma la adoración de los pastores y el lugar del nacimiento, un pesebre. En
cuanto a la adoración de los pastores, al principio de la Edad Media solían
representarse en el momento que recibían la noticia y quedaban como
petrificados ante el acontecimiento sobrenatural que acontecía, como en las
bóvedas de San Isidoro de León, pero con el paso del tiempo, empieza a
recogerse por los artistas la idea expresada en el Evangelio de Lucas, según la
cual, los pastores acudieron al establo y glorifican al Niño Dios, tal como
hace Campin en esta ocasión.
En cuanto al escenario donde se
produce la historia, tanto los apócrifos, Jacobo de la Vorágine y Santa Brígida
señalan que se produjo en una cueva o gruta subterránea. Sin embargo, Campin
abandona aquí esta idea y retoma la del Evangelio de Lucas, situándolo en un
pesebre en ruinas. La idea del establo en ruinas la introducen precisamente los
pintores flamencos en el siglo XV, y simboliza la antigua ley o antiguo testamento
(el judaísmo), con cuyas piedras se edificaría la nueva ley, encarnada en el
nuevo testamento (el cristianismo).
El escenario está reproducido con
la riqueza de colores, la minuciosidad y el detallismo propio de la escuela
flamenca, que no pudo menos que asombrar y maravillar a sus contemporáneos,
como lo sigue haciendo hoy con nosotros. Ese mismo detallismo lo emplea en el
paisaje luminoso que se abre al fondo del cuadro, y podemos descubrir un
paisaje invernal del norte de Europa, con árboles podados, mujeres por un
camino con cestos en la cabeza o a la puerta de una casa, veleros navegando, un
cielo tímidamente azul con algunas nubes. Un paisaje que ayudaría al espectador
flamenco a identificarse más fácilmente con la escena.
De esta manera, Campin representa
tres escenas o momentos distintos de la vida de Cristo: el nacimiento, la
adoración de los pastores y el castigo por la incredulidad de Salomé. Mientras
los dos primeros son recurrentes, el tercero, en cambio, no es demasiado
frecuente. Los tres episodios se muestran juntos, en un único panel, con lo
cual, no sólo se entremezclan las fuentes que inspiran la obra sino los propios
episodios narrados, subrayando esa idea de yuxtaposición de elementos que
indicaba Todorov:
“…estamos sin duda ante un cuadro
muy novedoso que pone en evidencia con gran intensidad los cambios que se han
producido en la mentalidad de la época. Ante todo debemos observar en qué
medida esta escena de la historia sagrada se acerca al espacio profano
cotidiano. La propia presencia de las comadronas, colocadas en primer plano y
que llaman nuestra atención con sus palabras, de esos personajes que han pasado
a ser el centro narrativo de la escena, es significativa: se trata de un
nacimiento como cualquier otro, como los nuestros, con comadronas a las que se
llama para que echen una mano. También el tema de la duda al respecto de la
Inmaculada Concepción, que se evoca tanto aquí como en los episodios de la vida
de José, es eminentemente humano. La posición central de José no es menos
significativa: vestido de rojo, capta nuestra mirada de inmediato; su rodilla
derecha conforma el centro luminoso del cuadro. También el pequeño Jesús es
sorprendente: en lugar de representar, como de costumbre, a un niño regordete
que mira el mundo con confianza, Campin nos muestra a un recién nacido flaco e
imponente, a un niño humano. Por lo demás, a Campin no le pareció suficiente la
luz sobrenatural que emana de él (y que hace que la vela resulte innecesaria),
mientras que sí lo era para santa Brígida; ha añadido la del sol, absolutamente
natural, que se alza en el horizonte. Se produce aquí una especie de puja: la
luz natural de la vela ha pasado a ser innecesaria debido a la luz sobrenatural
que emana del Niño, que a su vez palidece ante la luz natural del sol. Al final
vence el mundo natural.”
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